jueves, 19 de diciembre de 2013

LA MÚSICA DE NUESTRA MADRE Y SEÑORA DE LAS PENAS (IX): La revolución de Manuel López Farfán

“...y la más sublime Estrella, iluminaste los cielos, que ocultaban en Iniesta...”.

Hemos analizado en anteriores entregas como en cualquier repertorio musical que se precie tras una Dolorosa bajo palio debe estar presente al menos una selección de esas marchas fúnebres tan cargadas de romanticismo y plenas de matices sinfónicos que debidas a autores como los Lucena, Juarranz, Montllor, y por supuesto, la saga de los Font, Gómez Zarzuela, o Beigbeder encumbraron el género entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, hasta erigirse en ese Alfa, la letra primera de un alfabeto musical indiscutible e indiscutido a las que solo el tiempo y el estudio se han encargado de ofrecerles un lugar de privilegio. Y si el alfa de dicho muestrario lo constituyen tales piezas, qué duda cabe que el Omega no puede ser otro que la obra del músico militar nacido en el sevillano barrio de San Bernardo, Don Manuel López Farfán (n. 1872 – 1944) por cuanto viene a cerrar el círculo, ser su última letra, -con más o menos matices y sin olvidar el trabajo de otros grandes compositores-, revolucionando e innovando la marcha procesional, rompiendo las líneas trágicas imperantes e introduciendo un cariz alegre, descarado, con una valentía sin parangón, hasta despertar sentimientos distintos, que afloran, bullen y se arraciman en torno a los movimientos rítmicos de los varales de un palio.

Sin duda, ese cambio al que aludimos se advierte en el llamado “bienio clave” pues entre 1924 y 1925, coincidiendo con su regreso a Sevilla para ponerse a cargo de la banda del Regimiento Soria número 9, Farfán compone dos marchas que por derecho propio también pasan a formar parte de esa antología musical de la Semana Santa, a saber: “Pasan los Campanilleros” y “La Estrella Sublime”.

Mateo Olaya nos ilustra al señalar que la osadía de Farfán al concebir la primera de ellas se revela en el impensable atrevimiento de sus compases, dotados de una inédita frescura, hasta donde se introduce incluso la toná de los Campanilleros con el concurso de una parte coral. Inmediatamente después se refuerza la tesis de este convencido desparpajo con “La Estrella Sublime” dedicada a la Hermandad de la Hiniesta que se concibe al año siguiente y que pasa a la historia como una de las más hermosas marchas alegres, “con un fuerte de bajos modélico”, una novedosísima introducción de cornetas siquiera ensayada hasta entonces por Beigbeder, un tema principal insuperable y una definida estructura que permanece vigente.

Podemos disfrutar de ambas marchas durante la estación penitencial de nuestra Hermandad e incluso en 2012, en calle Granada, se interpretó la versión coral de “Pasan los Campanilleros”, que está dedicada a la hermandad de las Siete Palabras, recreando así aquel Domingo de Ramos de 1924 en que la banda de Soria 9 la estrenó en la sevillana calle Sierpes tras el paso de palio de la Virgen del Socorro resultando un exitoso acontecimiento sin precedentes y que pocas veces se había vuelto a repetir.

Por lo demás, la obra de Farfán está muy presente en la salida procesional de nuestra Dolorosa y no sería justo reducir nuestro análisis exclusivamente a las marchas que actualmente conforman la cruceta puesto que en estos últimos años hemos venido contando con un gran número de ellas en una escogida alternancia.

Se trata en definitiva de poner en valor el hilo conductor de su obra, dinámica, rítmica, vibrante, que por otra parte conforma también el sentido del discurso musical de buena parte de nuestro repertorio. El deslumbrante trío de “El Refugio de María” (1921) en el que los clarinetes conducen una impresionante melodía llena de escalas y quintillos, acompañada por un logrado contrapunto imitativo que llevan los saxofones; el fragmento de ocarinas en la populosa “El Dulce Nombre” (1925); la logradísima “Nuestra Señora de la Palma” (1927) con el particularísimo papel de la percusión recreando efectos sonoros; el fuerte de bajos de “Nuestra Señora del Mayor Dolor” (1927) que se convertirá en recurso indispensable en la obra de Farfán; y el consabido efectismo, la saeta para violín y clarinete con tintes propios del nacionalismo musical en “La Esperanza de Triana” (1925). Todas ellas vertebran el acompañamiento musical de Nuestra Madre de las Penas desde ese otro punto de vista extrovertido y elocuente, en perfecta sintonía con el aspecto popular inherente a la Semana Santa andaluza, en esa asumida divergencia de sentimientos que se expresan en la paradoja del hecho fatal de la Pasión y Muerte del Señor que se adorna de bordados, luz refulgente y devociones incontenibles.

"Nuestra Señora de la Palma"
Martes Santo de 2009
Banda de Nuestra Señora de la Paz


"La Esperanza de Triana" 
a partir del minuto 4,40
Martes Santo de 2013
Miraflores Gibraljaire




Llegados a este punto, y para concluir, no debemos sino converger con el aserto que Olaya nos ofrece al resumir la importancia de este autor en la historia de la música procesional: Farfán supo captar fundamentalmente el carácter popular de la Semana Santa y, por tanto, dotó a sus marchas de un contenido hasta entonces inédito, plagada de vibrantes expresiones, protagonismo de cornetas, percusión y ritmos. Pero ojo, lo que se ha querido decir es que don Manuel López “popularizó” la marcha, no la vulgarizó. Importante matiz. Disfruten. 





"Nuestra Señora del Mayor Dolor"
Salida de la Virgen del Mayor Dolor 
Hermandad de la Carretería
Viernes Santo en Sevilla 2010



"El Refugio de María"
Concierto de La Oliva de Salteras