Autor: LM. Gómez Pozo. Página web: Azul y Plata
Con enorme gozo, la hermandad de las
Penas, junto a otras tantas corporaciones de la ciudad, celebra este año el
veinticinco aniversario de la normalización de las Estaciones
de Penitencia en el interior de la Catedral, apertura definitiva de una
simbólica puerta que se debió a la decidida intervención del entonces prelado
de la diócesis malagueña, D. Ramón Buxarrais Ventura, que realmente no hizo
sino corresponder a la demanda de recuperación de una histórica tradición que
hundía sus raíces a mediados del Quinientos, y que se extendió con suma
normalidad hasta bien entrado el siglo veinte. Sin embargo, progresivamente
este modelo barroco de Semana Santa fue desplazado por
un modelo burgués asentado en la suntuosidad de las
procesiones, y cuyo escenario se circunscribió al oligárquico ambiente de la
Alameda y la calle Larios, condenando desgraciadamente al ostracismo a esa
intimidad y reflexión de las hermandades en las naves catedralicias.
Además, para la cofradía de Pozos Dulces
(fundada en 1935), este 2013 supone igualmente la celebración de las bodas de
plata de la primera estación de penitencia en el Primer Templo de la ciudad,
acto que desde entonces se ha erigido en el instante cenital de su salida
procesional de cada Martes Santo, como así establecen sus Reglas vigentes.
Como así nos ilustra Juan Antonio Sánchez
López en un certero artículo en la última edición de La Saeta, hasta 1988, el
trasiego de hermandades por el interior de la Iglesia Mayor se había antojado
como un hecho absolutamente circunstancial. Entre 1949 y 1976, únicamente la
cofradía de Viñeros secundaba tan romántica propuesta. A partir de 1977, la
Pasión alcanzaría el privilegio de poder cumplir con este rito vocacional,
haciéndolo además con la portentosa imagen de Luis Ortega Brú que se estrenó en
aquél Lunes Santo.
Qué duda cabe que el influjo que supuso la
renovación estética impulsada por genios de la talla de Juan Casielles del
Nido, estableciendo nuevas pautas en la hermandad de las Penas, y la posterior
aparición de las denominadas hermandades nuevas a finales de los setenta y
ochenta del pasado siglo, contribuyeron a una progresiva ruptura de los
esquemas imperantes en la Semana Santa, puesto que lograron dinamizar un
universo autóctono ciertamente anquilosado, tanto en lo externo –nuevas
imágenes e iconografías procesionales- como en lo interno –profundización en el
significado de la actividad cultual y la liturgia-, lo que en buena lógica
desencadenaría también el intento por recuperar definitivamente la Catedral
para la Semana Santa de Málaga.
Y como en tantas otras cosas, la
ignorancia o el desconocimiento que varias generaciones han tenido sobre
trascendentes episodios de nuestra historia, han llevado a que diversos hitos
como éste se hayan calificado ignominiosamente como esclavas emulaciones de
prácticas llevadas a cabo en Sevilla. Sin embargo, a poco que se revela la
precisión de los hechos históricos, queda latente el que realmente lo que hubo
fue un intento por recuperar, por ésta y otras cofradías malagueñas, ese olvidado
modelo barroco de Semana Santa
postergado desde los años veinte, cuyos usos y costumbres son también
patrimonio de la ciudad de Málaga desde hace más de cinco siglos.
El 29 de marzo de 1988, Martes Santo, la
cofradía de las Penas, entonces radicada canónicamente en la Iglesia de San
Julián, accedía por primera vez a la Santa Iglesia Catedral por la puerta de
las Cadenas, dos jornadas después de que lo hiciese la Hermandad de la Salud
con su antigua Dolorosa, primera bajo palio que la atravesaría.
Y, paradójicamente, todas aquellas
cofradías que accedieron al primer espacio sacro de la ciudad, lo hicieron
justo 400 años después de su consagración y dedicación (31 de agosto de 1588).
Llegados a este punto solo nos queda
seguir interesando la vigencia de tan feliz efeméride en la medida en que nunca
las puertas de la Catedral se cierren a la sincera y profunda inquietud de los
cofrades malagueños.